Terminé de leer el libro “El corazón adelante” de Humphrey Inzillo. Es una recopilación de sus artículos en La Nación entre 2018 y 2020, con el hilo conductor de desarrollar qué sucesos vivió en lo que llama acertadamente su “educación sentimental”. Ese concepto, tan poco frecuente en el uso cotidiano, por lo que estuve averiguando tiene su origen en la novela homónima de Gustave Flaubert. Me atrajo la idea, porque considero que el mundo sería un lugar más agradable si en lugar de enseñarle tanto a los niños a ser fuertes, les enseñaran a ser sensibles.

En los textos, lo que aparece como referencias para construir la educación sentimental de Humphrey la música tiene un lugar central (es editor de Rolling Stone y miembro de la Red de Periodistas Musicales de Iberoamérica), pero no se limita a eso: también menciona instancias como sobre la que quiero escribir, que es la radio. Los cerca de 50 artículos me resultan inspiradores, pero sobre el final el que le dedica a los 100 años de la radiofonía en la Argentina, me movilizó un montón de recuerdos que no tengo ordenados, y ahí se disparó la necesidad de este escribir texto. Con un dato de contexto no menor: leí esas páginas el 12 de febrero de 2025, y si bien el día de la radiofonía en la Argentina se celebra el 27 de agosto, el día mundial es el 13 de febrero. Ese texto llegó a mi justo para indicarme que debía escribir sobre la magia de la radio.
Mis primeros programas
No tengo un recuerdo fuerte sobre mi primer contacto con la radio, que tal vez haya ocurrido en 1975, cuando a mis 5, 6 años, seguía los partidos de River, sin tener ninguna idea sobre fútbol, ni consciencia de los 18 años que le costó a mi equipo volver a coronar. Seguramente Labruna, Alonso y Fillol influyeron más, pero algo debo haber aportado yo sumándome como hincha ese año.
Mientras pienso en esos recuerdos, la galería de la casa de Francia 3331 en Florida oficia de locación: allí pasaba mis días esperando los goles de River por la radio del Ford de mis padres o del combinado que sonaba dentro, en el comedor.

De alguna manera esa radio era funcional, no me conectó tanto con su magia. Tal vez la primera vinculación ocurrió varios años después, cuando en las noches ya en Palermo y desde mi dormitorio, resistía la hora de dormir escuchando a Juan Alberto Badía, Graciela Mancuso y Omar Cerasuolo, entre otros. Uno de los pilares en mi educación sentimental ocurrió en esa escena que tengo impregnada en mi mente, cuando en alguno de esos programas sonó lo que para mi es la canción más bella de Luis Alberto Spinetta, “Canción para los días de la vida”. Si no recuerdo el programa que lo pasó, menos puedo saber quién tuvo el enorme gesto de programar pasada la medianoche ese tema bucólico de casi 6 minutos, pero gracias al musicalizador anónimo.
Mi primera vez en un estudio
Otro día inolvidable que todavía siento disfrutar fue cuando un compañero del Nicolás Avellaneda me invitó al trabajo de su padre, en Radio Del Plata. Estábamos en primer año, yo ya tenía definido mi deseo de ser periodista, y con Alejandro Ferrari fuimos a ver cómo se hacía 9PM. Fue un programa emblemático, con Lalo Mir y Elizabeth Vernacci, el viernes que fuimos solo estaba la negra conduciendo. Ella tenía 19 años, yo 13. Vimos el programa atrás del operador. Escuchar los vinilos que ponían en los bafles de alguna marca buena hacían quedar a mi radio mono muy en falta. Y me hicieron muy fan del sonido de buena calidad.
Pero además de la música sonando desde los vinilos, con la magia que tiene su formato, el arte que implica encontrar con la púa el momento justo en que va a comenzar a sonar para dejarlo “en puerta”, vi otra obra artesanal maravillosa: cómo ponían en puerta las publicidades, desde casetes. Asistidos por la tapa de un bolígrafo BIC, y a la velocidad de la luz, el operador acomodaba cada casete segundos antes de ponerlo al aire. Si no prestaba atención a lo que hacía, no se asociaba su tarea con lo que iba a sonar al aire. Sin dudas todo el arte del operador también me transmitieron una magia única.
Luego vinieron mil experiencias más: muchas como oyente, y algunas como protagonista. Primero en el tercer año de TEA, donde Daniel Alvarenga nos decía que hacíamos producciones originales y geniales para la materia, pero que había escuchado a algunos alumnos al aire ya de manera profesional, y repetíamos los vicios y el aburrimiento general. Y donde me hice amigo de Javier Barrera, a quien verlo operar para las prácticas de la escuela me trasladaba a aquella primera vivencia en Del Plata.
Del otro lado de la comunicación
Llegaron a finales de los noventa mis primeras experiencias del otro lado, como emisor. Tuve la suerte de ser tanto conductor, como productor.
Hoy en día, escuchando más podcasts que radios AM/FM, o siguiendo a esas radios desde YouTube, con imagen, lo que quita algo de magia. En este mundo donde cada vez más la vida está globalizada, hacer un repaso por lo que significa la radio para las emociones de cada uno, es una vivencia que atenta contra los sabores universales: la experiencia de un brasileño o un español no serán las mismas que las nuestras, los argentinos.