El ejecutivo de Ketchum James Andrews también debe pensar que con 140 caracteres (o menos) se puede cambiar el mundo. O -al menos- su vida inmediata. James tuvo la idea de compartir a través de su Twitter su sensación de la ciudad en que se encontraba, vistando a FedEx, cliente de la agencia de PR, que no era muy benévola (twitt no borrado al momento de escribir este post) para Memphis:
Estoy en uno de esos lugares donde uno se rasca la cabeza y piensa: ‘Si tuviese que vivir aquí me moriría!
A James lo siguen empleados a FedEx, y el comentario no tardó en llegar a los diferentes VPs directores y todo el Management del departamento de Comunicaciones de FedEx, que reaccionaron molestos con el comentario del empleado de Ketchum, tal como relata en detalle Pablo en Unblogged.
Me parece que estamos en presencia de dos errores, no uno. Hay un mal uso de la tecnología, eso es indudable. Pero para poder entenderlo, antes es necesario reflexionar sobre lo que para mi es el primer error, anterior a la tecnología: se trata, si se quiere, de una cuestión de modales. Cuando hay que decir algo no positivo de alguien, lugar o persona, algunos mortales lo pensamos dos veces. Y mucho más debería hacerlo un relacionista público. Es, entonces, algo que con o sin tecnología se cuida: hacer una crítica que pueda herir a algún conocido.
La tecnología entra a jugar tanto por la facilidad para hacer público ese comentario como para potenciar su llegada. ¿Cuántas veces pensamos algo que no compartimos de inmediato, y luego, con el tiempo, confirmamos que ese pensamiento no saldrá al mundo exterior? Tener un celular a mano hace que de la cabeza -plano íntimo- a la publicación -espacio público- haya segundos, y muchas veces ni barreras. No pensar qué información hay detrás de lo que compartimos, es un grave error que con la tecnología actual se potencia.
Adicionalmente, hay que considerar que la palabra escrita no es lo mismo que la oral: el mensaje es el mismo pero las implicancias cambian. La palabra escrita está fija, muerta, no permite ampliar ni aclarar. En persona, además de la oportunidad de entrar en detalles, la presencia de la persona hace que el comentario no se tan frío como leer una expresión escrita.
Con el ejercicio que hago el estar con mi Twitter cada día, llegué a la conclusión que hay cosas que puedo decir oralmente a un grupo de gente sin problemas, pero que no necesariamente esa misma frase es tuiteable. No se trata de pruritos ni puritanismos: es simplemente una cuestión de contexto, que mis acompañantes tendrán al escucharme, pero no necesariamente al leerme. Creo que esta situación bien puede aplicar a lo que le pasó a James.